ENTRE CIRIA Y BOROBIA  (LAGUNAS, CUEVAS, SABINARES)

 

 

                                                           18/01/2020

 

La ruta no era la prevista. El curso  del río Manubles, todavía niño en esta comarca, era el objetivo escogido para admirar la belleza que forma este cauce fluvial, junto al cañón  cincelado en sus inmediaciones.  Sin embargo, presentaba un aspecto inusualmente caudaloso por efecto del agua caída en fechas pasadas,  que nos impedía  cruzarlo en distintos tramos del  trazado, donde no existen puentes ni pasarelas que faciliten el tránsito entre  orillas.

Así que nuestros sherpas, siempre atentos a estos imprevistos, diseñaron una ruta alternativa, no menos espectacular y sorprendente en el descubrimiento de las riquezas de nuestro hábitat.

Al filo de las 9,00 de la mañana llegamos a la localidad de Ciria, escasamente poblada, como muchos de nuestros municipios que forman la ya proverbial expresión de la España vaciada. Se respira el silencio en sus calles y la ausencia de cualquier actividad humana a estas horas de la mañana. Ni un alma por el exterior del pueblo.

Iniciamos la ruta tomando la dirección norte desde el pueblo, dejando a la izquierda su ruinoso castillo. Antes de emprender ruta por una pequeña senda   que nos conducirá hasta una pista más amplia, camino agropecuario  ordinario para la  circulación de maquinaria agrícola entre las vecinas localidades de Ciria y Borobia, nos hemos situado en un pequeño altozano, desde donde podemos contemplar, en dirección este, parte del curso del Manubles, que fluye generoso y raudo por este tramo. Y ya que hablamos de este río, que goza del cariño y la simpatía de nuestro sherpa Angel, por la razón que después veremos, no me resisto a hacer una breve referencia del mismo, para destacar su alto valor ecológico y medio ambiental. Es un río de un trazado extraño, pues nace en la vertiente soriana de la sierra del Tablado, en las inmediaciones de Borobia, y en lugar de unirse al Duero  por el río Araviana, que casi toca, la fuerte pendiente  hacia el vecino Jalón ha provocado su giro en dirección sureste, por Ciria y Torrelapaja, hasta su desembocadura en Ateca (patria chica de nuestro sherpa), vertiendo sus aguas en el Jalón (cuenca del Ebro), a su paso por esta localidad, motivo de satisfacción de los lugareños, que tienen la suerte de contemplar la riqueza hidrológica de estos dos cauces fluviales en el centro de la localidad. (Hay que destacar que las aguas del Araviana, de la cuenca del Duero, son capturadas por el Queiles, de la cuenca del Ebro. Por ello, hay mucho de cierto en el dicho popular que clama: “¡Ah, Moncayo, traidor, que robas a Castilla y haces rico a Aragon!”). El Manubles es un río de desigual caudal según las temporadas, produciéndose fuertes estiajes, incluso la desaparición de su curso fluvial, (tal vez por la naturaleza caliza del suelo, que provoca infiltraciones de sus aguas hacia complejos que los geólogos denominan endokársticos), a la vez que en épocas de tormentas llega a provocar graves inundaciones. Este tipo de régimen provoca que en su cauce final tenga una fértil vega. En sus aguas ha proliferado la especie de cangrejo común o autóctono, desplazado no hace muchos años por el más agresivo y menos deseado “cangrejo americano”. Su cauce discurre por zonas de alto valor ecológico y en los cañones de su ribera quedan colonias de buitre leonado y otras especies rapaces. Si hemos de hacer algún reparo (y no precisamente por culpa del río) es que actualmente su riqueza ecológica se encuentra en peligro por una explotación minera de magnesitas en Borobia, que podría hacer que el agua incluso no fuera potable, existiendo una gran controversia por este asunto entre los habitantes del lugar. Pero esto forma parte de otro ámbito de discusión.

Dejamos este altozano desde el que hemos divisado el río  y  entramos en un pequeño cañón, no muy amplio, pero sí espectacular por algunas de sus formaciones rocosas que caen a pico sobre la pequeña elevación alomada del terreno, donde destacan algunas oquedades esculpidas en la piedra, formando caprichosas figuras que dan origen a  singulares cuevas,  como la conocida “Cueva del Zapato”, por su parecido con esta prenda de calzado, a escaso 1.5 Km. de Ciria. Tiene una altura de algo más de 3 m. y su interior, aunque no muy alargado, ni abundante en formaciones líticas, desde el exterior resulta espectacular por su perfil y expresividad natural.

La mañana ha amanecido gris y una débil pero insistente lluvia acompaña nuestros pasos, aunque eso no supone ningún impedimento para  que sigamos nuestro camino, bien pertrechados para la ocasión y sin que esta circunstancia climatológica altere los planes del grupo.

La temperatura, no obstante, es agradable y el camino amable, mientras transitamos por la citada vía de comunicación para usos agrícolas entre las dos localidades vecinas.

Ahora, el incipiente cañón que ha custodiado nuestros pasos se hace más abierto y, sin solución de continuidad, nos encontramos sobre una  extensa llanura, dominada por  las habituales y amplias tierras de cultivo de cereal. Cruzamos algunas de estas parcelas, en ocasiones sobre los viales de servidumbre que delimitan zonas y en otras,  el wikiloc del sherpa no encuentra mejor solución que cruzar por el interior de las mismas  (algunas todavía no están sembradas), con el consiguiente sobrepeso que se forma sobre las suelas de nuestras botas por efecto de la tierra arcillosa que  queda pegada a la suela del calzado. Forma parte de las condiciones del senderismo y no le damos más importancia. Eso sí: algunas botas y bajos de los pantalones sin protección delatan el paso por tierras húmedas, dispuestas para otros fines, pero no para practicar senderismo.

No es mucho el tramo recorrido por estos pagos agrícolas y, a pesar de la insistente lluvia que todavía continúa repiqueteando sobre nuestras capuchas e impermeables, optamos por hacer la parada obligada para el no menos gratificante refrigerio de todo senderista. En esta ocasión, el lugar escogido es la frondosidad de una generosa y añosa sabina, bajo la cual nos acomodamos para compartir  viandas y reponer fuerzas. No faltan la clásica tortilla de patata, la bota de vino, el café y otras delicatesen que cada uno aporta con el espíritu solidario que caracteriza nuestra práctica senderista.

Terminamos el asueto gastronómico  y, afortunadamente, la lluvia nos da un respiro: no hace falta abrir los paraguas, las capuchas de nuestras capas impermeables no son necesarias y, hasta  por momentos, vemos lucir un tímido sol que asoma en el horizonte.

Continuamos por la extensa llanura de las tierras de labranza, atravesando los viales que nos permiten caminar entre campos cerealistas, en dirección a las lagunas de Ciria y Borobia.

En primer lugar, encontramos las lagunas de Ciria (en sentido exacto habría que decir la laguna de Ciria, pues aunque hay dos masas de agua diferenciadas, una de ellas parece más bien una obra artificial para uso ganadero y no tanto un accidente hidrológico de origen natural). No es una laguna excesivamente extensa, pero sí tiene una reconocida importancia  por presentar una vegetación acuática  de elevado interés.

Desde aquí, nos dirigimos en dirección noreste, esta vez sí, por caminos más saneados y sin necesidad de cruzar húmedas parcelas ya sembradas hacia la vecina laguna de Borobia. Vista de cerca, da la impresión de tratarse de una laguna de origen kárstico, formada por disolución de las calizas, cubiertas por un manto de materiales de naturaleza silícea. El aspecto que ofrece es el de una densa masa de vegetación (carrizo, anea y diversos juncos), de tono ocre y sin rastro de agua en su nivel exterior. De ahí nuestra  impresión de encontrarnos ante un humedal de origen kárstico,  que se filtra en el subsuelo permitiendo la floración de la vegetación descrita. El panel explicativo indica su papel en la migración de las aves acuáticas. Es un hito en el paso de las grullas. También resulta zona de reposo y alimentación para el ánsar común, la cigüeña negra y las garzas real e imperial. Tras la laguna, en dirección noreste, podemos observar la elevación de los montes de la sierra de Toranzo, que la nieve pinta de blanco su contorno. Tras esta ondulación montañosa, admiramos lo que A. Machado definió como “la barbacana de Castilla hacia Aragón”: el Moncayo, cubierto igualmente que sus vecinos montes de un manto blanco de nieve que se puede apreciar, a pesar del día gris y poco translúcido para una vista panorámica más recreativa de esta emblemática montaña soriano-aragonesa.

Nos hallamos en una extensa llanura, a medio camino entre Ciria  y Borobia (esta última localidad la podemos distinguir a lo lejos desde nuestra posición) y ahora emprendemos  el camino de regreso hacia nuestro punto de partida Lo haremos por otra ruta distinta  hasta las inmediaciones de la localidad de origen, con el fin de admirar otros  encantos de estas latitudes. Se trata, en primer lugar, de los sabinares de Ciria y Borobia.  Declarados zona LIC dentro de la red Natura 2000, constituyen los sabinares más orientales de la comunidad castellano-leonesa y presentan una notable influencia florística de vocación aragonesa, sobre todo en los pastizales que forman mosaico con las propias sabinas. No tienen la extensión de la gran superficie sabinar que conforma la sierra de Cabrejas o sabinar de Calatañazor, con más de 32.000 hectáreas de este arbusto, por las poco más de 2.000  hectáreas que tiene este menor enclave, pero es indudable que presenta un hermoso aspecto de bosque abierto, donde además de reproducirse la sabina albar (Juniperus thurifera ), en los enclaves más soleados aparecen formaciones de sabina mora  (Juníperus phoenicea) , menos abundantes. De hoja  verde y perenne todo el año, se cría en todo tipo de suelos: ácidos, calcáreos, algo salados y hasta en las fisuras de las rocas y acantilados. Alguna pudimos ver en estos estratégicos lugares durante nuestro recorrido.

Entre los sabinares aparecen también ejemplares de carrascas y viejos quejigos o rebollos, que, como las anteriores, han favorecido en épocas pasadas la ganadería extensiva en estos montes, a la vez que mantenían el equilibrio medio ambiental en la reproducción y mantenimiento del bosque. Menos frecuente, pero no menos evidente es también otro tipo de vegetación en forma de matorrales almohadillados espinosos de bajo porte, conocidos como “erizones” o “cojines de monja”, que tuvimos ocasión de admirar, bien adaptados al viento imperante de la zona y al mordisqueo de las ovejas. Estas formaciones vegetales constituyen un elemento paisajístico muy característico de los suelos rocosos y las muelas calcáreas que circundan al Moncayo.

Estas masas arbóreas nos ofrecen también la presencia de rapaces que se asientan  sobre los peñascos que sobresalen  entre los páramos y sabinares, como son el águila real, alimoche común y halcón peregrino, además de otras poblaciones de murciélagos de las más importantes de Castilla y León, que se esconden en las numerosas cuevas que hay diseminadas entre las rocas de los barrancos circundantes.

Y hablando de murciélagos, no podemos por menos de asociarlos a las cuevas  y una de estas es la joya que vamos a visitar en la última parte de nuestro recorrido. Es conocida como la cueva “Covarrubias” (nada que ver con el conocido e histórico pueblo burgalés), y tenemos un guía del pueblo, Emilio Serrano, que nos espera en el camino, previa cita, para guiarnos hasta ella y mostrarnos ésta escondida oquedad, no fácil de encontrar si no se conoce previamente su existencia. Se trata de una cueva no excesivamente grande, a la que se accede desde un pequeño cortado que la protege, a la vez que la mantiene en perfectas condiciones para visitarla y admirarla. La entrada es angosta y es necesario doblar el espinazo si queremos  entrar en ella. La primera estancia es un amplio vestíbulo, donde apreciamos restos de lo que  en su día fueron formaciones de estalactitas y estalagmitas, hoy inexistentes, y una pétrea  columna de algo más de un metro, perfectamente diseñada y sólidamente unida entre el techo  y el suelo.

Por una pronunciada rampa de tierra sólida y seca (apenas presenta humedad toda la cueva), se desciende hasta una segunda galería, estrecha, pero con capacidad y dimensiones suficientes para permanecer admirando las caprichosas formaciones subterráneas que se han formado en su interior. El descenso a la estancia más profunda parece arriesgado, pero nada más lejos de la realidad. No obstante, algunos lo hemos evitado; otros, los más decididos, han pisado la segunda planta para escudriñar al detalle la curiosa caverna  y obtener  imágenes de este curioso lugar. Alguien ha avistado la silueta negra de un murciélago suspendido entre los huecos de las piedras superiores de la caverna. El animal no se ha asustado ante nuestra presencia, por lo que nosotros tampoco  intimidamos  su plácida quietud. Nuestro guía nos comenta, a modo de anécdota, que esta cueva se la descubrió su maestro, que exigía a sus alumnos en sus correrías por los cortados y páramos de los dominios de Ciria el pago de  unas alpargatas para compensar el trabajo “extra”  docente que hacía con ellos. Se nota que en aquella época  no había llegado todavía por allí el calzado deportivo. Como tampoco en otros muchos sitios, claro.

Satisfechos por el descubrimiento y posterior visita a este singular espacio, siempre atractivo por lo que puede encerrar en su interior, (aunque para otros compañeros estos espacios cerrados son motivo  de reacciones  y estados de ánimo menos gratificantes), enlazamos con la   cómoda senda que ya habíamos recorrido en la primera parte de la ruta y nos dirigimos a nuestro punto de partida, distante apenas un par de kilómetros y medio.

De nuevo contemplamos la espectacular apertura en la piedra que forma la conocida “Cueva del Zapato”. Nuestro inquieto compañero Ricardo, no se resiste a subir hasta ella y grabar su interior para deleite visual de quienes disfrutamos después  las imágenes que  nos ofrecen todas las semanas los apasionados compañeros de la fotografía,  que ofrecen su inestimable  testimonio audio-visual de cada una de nuestras rutas.

Llegamos a Ciria y nos llama la atención un curioso reloj de sol que hay sobre la pared de una recién restaurada vivienda. Eso sí: le falta una aguja para marcar correctamente las horas, pero como novedad presenta la numeración, colocando en la parte superior de la circunferencia el número 6, distribuyendo, a mano derecha, el resto de los números en sentido ascendente hasta el 12, mientas que a mano izquierda se colocan los números en sentido descendente hasta el 5.

Tenemos suerte y el bar de la localidad, situado en el centro del pueblo, está abierto. Unos pocos vecinos apuran una cerveza, a la vez que se interesan por nuestras andanzas en su territorio forestal y de labrantío.

Por nuestra parte, consumimos el merecido refrigerio después de cada ruta (han sido algo más de 16 Km. recorridos), y una vez cumplido este rito enfilamos camino Soria. Son algo más de las 14,30 y la lluvia ha vuelto a hacer acto de presencia. Pero ya no nos sorprende de visita por el campo

 

 

AGNELO

3 Comments so far:

  1. Gracias Agnelo, nos recreamos en los recuerdos y conocemos mejor el entorno que visitamos, es un lujo contar contigo y con tu prosa.

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Posted by: soriapasoapaso on