RELLO: RESONANCIAS MEDIEVALES 1/12/2018

 

                                                                

 

Nuestro periplo andarín nos aleja hoy de las proximidades a la capital para adentrarnos en tierras del suroeste provincial, en el límite con la provincia de Guadalajara. El sherpa del grupo ha diseñado esta ruta que nos trae hasta Rello, punto de partida del camino a recorrer. En nuestra web se ha hecho una detallada y acertada descripción del municipio que hoy vistamos, por lo que damos por reproducida esa información. Más tarde añadiremos algún dato de interés pero, sobre todo, nuestras impresiones personales sobre el lugar de referencia.

Hoy hemos adelantado la hora habitual de salida. Nos desplazamos 75 Km. y hay que salir pronto de Soria para ajustar los tiempos a la ruta y distancia programadas. La mañana es fría, pero para nuestra fortuna no vamos a tener problemas con la lluvia. La afluencia de miembros del grupo es alta y en breve hemos hecho el reparto de los coches en los que nos desplazaremos hasta el punto de origen.

Enfilamos dirección Almazan, para desde allí seguir la carretera que lleva a Barahona, donde tomamos el desvío hacia Rello. Siendo este un pueblo muy visitado, apreciamos que no aparece señalizado en ningún momento del trayecto hasta que no entramos en la dirección que marca a La Riba de Escalote. El tráfico es escaso y solamente en el trayecto de Almazan a Villasayas un tractor que transporta un pesado remolque ralentiza por unos momentos nuestro ritmo.

En animada conversación y sin apenas notar el prolongado viaje respecto a otros más cercanos, nos hemos plantado en las afueras de Rello. Allí aparcamos los coches para evitar entrar en el bien conservado recinto amurallado del municipio, y, además, nos coloca en   el punto de salida. Un suave viento frío recorre este altozano de la sierra soriana, conocido como los altos de Barahona, reflejado en los 3º C. que marca el mercurio.

El arranque de la ruta es una cómoda pista agropecuaria descendente, lo que facilita el calentamiento físico que requiere la temperatura ambiental. En esta ocasión, nuestra fisioterapeuta, Reme, no nos ha sometido a los cinco minutos de preparación física recomendada para toda actividad deportiva, aunque por nuestra cuenta procuramos imprimir un ritmo a nuestra marcha que compensa ésta saludable práctica, aprovechando la “bondad” del terreno.

A ambos lados de nuestro camino podemos observar los cultivos predominantes de la zona: el girasol es el principal activo agrícola que ha colmado estos campos. En unos casos, quedan los restos de las cañas del producto recogido; otras parcelas muestran que, tras la recolección, ya han sido preparadas para un cultivo posterior. Y en otras tierras el girasol sigue en pie, y su aspecto ennegrecido aventura que tal vez permanezca así hasta su inanición con el tiempo. El terreno que las rodea es pedregoso, con frecuentes elevaciones que reproducen la expresión machadiana de observar colinas plateadas, yermas de otro tipo de vegetación arbórea y solo algunos arbustos espinosos jalonan las orillas de las parcelas cultivadas.

Hemos descendido durante un buen trecho, y ahora toca subir otro tramo. El ritmo se hace más pesado y la comitiva se estira de forma natural cuando se trata de encarar pendientes ascendentes. Pero hemos tenido ocasión de calentar nuestros músculos y el camino no nos resulta tan hostil. Seguimos por la cómoda pista de uso agrícola y ganadero durante un buen rato hasta tomar una obligada desviación cuando divisamos la primera atalaya que visitaremos hoy. Ahora nos adentramos por un terreno árido, erizado de aliagas y otras plantas herbáceas, que por momentos parecen perfumar el suelo que pisamos: es el inconfundible aroma del tomillo que abunda en estas tierras. Ascendemos por una empinada cuesta de la colina sobre la que se asienta nuestro primer objetivo a visitar: la atalaya califal, conocida como Torre del Tiñon, a medio camino entre Rello y Bordecorex . Se trata de una construcción defensiva de origen árabe, con inusual forma troncocónica, de 9 m. de alta y 5 de diámetro, en la cual la leyenda sitúa la muerte del caudillo Almanzor, que se retiraba malherido a Medinaceli, tras la derrota de sus huestes en Calatañazor. Solo es una leyenda y como tal hay que tomar el rigor histórico de este hecho. La atalaya se encuentra en un buen estado de conservación y su acceso a ella es relativamente fácil, tanto desde el exterior, como su aspecto interior, pudiendo subir hasta lo alto de la misma para revivir el uso que de ella hacían sus ocupantes y otear el extenso horizonte que se contempla desde la misma. Una rudimentaria, pero sólida, escalera de hierro enlaza el suelo con la única puerta de entrada que tiene, situada a 4 m. de su base. Desde su interior el ascenso hasta la torre de la misma no presenta ninguna dificultad.

Fotografías en lo alto de la fortaleza, en la escalera de acceso y alguna grupal frente a esta robusta construcción en forma de chimenea, para dejar constancia gráfica de nuestra presencia en la otrora propiedad árabe.

Conocida por dentro y por fuera esta huella califal, nos dirigimos, campo a través, hacia otra de la misma época y origen que ya hemos avistado, a escasos Km. de la recién visitada. Caminamos por una ladera de bajo monte de esta austera geografía soriana, hasta alcanzar una rudimentaria senda que nos lleva directamente a la siguiente atalaya. Por el camino encontramos algunas majadas ya derruidas, aunque no del todo abandonadas. Un par de ganaderos retiran el estiércol de una de estas tainas que tiempo atrás tuvieron su utilidad e importancia para la cría de los rebaños ovinos. Le pregunto a uno de ellos si todavía la siguen utilizando como refugio de su ganado. -“Sólo las noches de luna clara”- me responde.

Seguimos nuestro camino y en pocos minutos nos plantamos al pie de la siguiente fortaleza. Tras subir una corta elevación del terreno tenemos a nuestra vista la atalaya conocida como Torre Melero, ya en el término municipal de La Riba de Escalote, y de acceso más fácil que la anterior por su estructura arquitectónica. Se trata de una construcción de planta circular, de 12 metros de alta y muros de un metro de grosor, levantada entre los siglos IX y X, para controlar el valle del río Escalote, donde el paisaje se hace más agreste y la vigilancia resulta más difícil, a la vez que más necesaria. Tiene como singularidad la presencia de almenas y una segunda línea defensiva más baja, adosada a la misma por el lado de la puerta en alto, como es típico de estas construcciones. Aprovechamos la facilidad de entrada y la claridad de su interior para obtener recordadas fotos de nuestro paso por este lugar, posando bajo el perfil de lo que fue una clásica puerta de arco de herradura, reflejo del arte islámico, y como fondo de la imagen el paisaje que rodea este valle de las tierras repartidas entre Berlanga y Barahona.

Llevamos algo más de la mitad del camino y qué mejor lugar para reponer fuerzas que la proximidad a uno de estos enclaves de historia y leyenda, testigos mudos de las hazañas de nuestros ancestros castellanos, en permanente conflicto con el mundo islámico. Así que al pie de la atalaya descargamos las mochilas y procedemos al ritual de dar cuenta de los bocadillos individuales y otros delicatesen compartidos entre el grupo, práctica habitual ya en nuestras rutas. Momento también para cambiar impresiones, comentar aspectos de la actividad y hasta de intercambiar cuitas y recuerdos personales.

Abordamos la segunda parte de nuestra etapa, no sin antes volver a admirar el vasto horizonte que alcanza nuestra vista, donde podemos divisar un perfil de ondulantes colinas que se entrelazan y eslabonan como si buscaran una protección solidaria, fiel reflejo de un diseño que la naturaleza ha esculpido sobre el vasto paisaje castellano y donde otra vez se alterna la visión machadiana de contemplar grises alcores en la austera tierra que nos acoge con el tono ocre de las parcelas de cultivo, el plateado que colorea las elevaciones rocosas o el verde que brota de su suelo, bien por efecto del retoño de incipientes cultivos o como residuo natural de la hierba que nace en algunos pastizales de esta serranía. Si la sobriedad y la austeridad paisajística tienen alguna belleza, estas lomas y collados representan ese otro lado de la naturaleza menos pródiga en contrastes y variedades cromáticas. Hemos andado por montes de hayedos, robledales, pinares de albar, acebales, y la alternancia de tonos en sus ramas, sus hojas, sus troncos nos muestran la calidad medioambiental y paisajística de nuestra extensa provincia. Ante nuestros ojos tenemos ahora otra versión de esta tierra en forma de austera belleza de sus campos, colinas, altozanos, yermos de otra vegetación que no sea la propia desnudez de su recia manifestación natural, carente de idílicas imágenes otoñales.

Emprendemos el camino en dirección a La Riba de Escalote, donde llegamos en pocos minutos. Atravesamos el pueblo de norte a sur y la impresión compartida es unánime. Tenemos la sensación de hallarnos en un lugar fantasma: ni un alma por la calle, ni un coche en el recinto urbano, ningún indicio que denote la presencia de habitantes del lugar. Dos cosas nos llaman la atención y que, a la postre, nos indican que todavía hay vida social en este enclave, aunque no se haga patente a nuestra vista: por una parte, todas las calles están pulcramente identificadas con novedosas y recientes placas sobre los extremos de cada vía y, por otra, resulta gratificante admirar la fuente pública, ubicada en la plaza de la Iglesia, donde desaguan dos copiosos chorros de agua, formando a su vez un no menos generoso abrevadero con el excedente del agua que lo surte. A juzgar por las apariencias, se trata de una fuente rehabilitada recientemente.

Dejamos La Riba y ponemos rumbo hacia el punto de partida, Rello. Ahora no hay pistas forestales o vías de uso para maquinaria agrícola. Ni siquiera encontramos la sequedad del terreno pedregoso que hemos transitado en anteriores tramos .Campo a través y para acceder a la senda marcada que conduce a nuestro punto final, no queda otra opción que atravesar por parcelas de cultivo recientemente labradas (todavía no cultivadas), tierra arcillosa que proporciona un aumento de peso en la suela de las botas, por efecto del barro que recogemos en nuestro calzado. Llegamos incluso a algún punto sin posibilidad de salida por la espesura del terreno, erizado de espinos que se agolpan junto al ribazo de algún arroyo que riega estas tierras, lo que nos hace retroceder para encontrar otras vías de salida. Nada problemático, por otra parte, pero que forma parte de la improvisación que el senderismo a veces genera en su propio desarrollo. Hemos dejado atrás las parcelas arcillosas y ya caminamos sobre un terreno más firme, donde nos espera otra novedad más gratificante: esta tierra ha sido muy prolífica en la recolección de la afamada seta de cardo, aunque en los últimos años, según la autorizada opinión de Julián, no es tan generosa como antaño. No obstante, todavía conserva su riqueza natural para este producto de otoño y por el camino vamos recogiendo no pocas muestras de la deliciosa amanita que aparecen a nuestro paso. Mi experiencia en la recolección de este tipo de micología es muy limitada. Provengo de la tierra donde los productos estrella son el boletus y el níscalo y casi nada la seta de cardo. Pero gracias al aprendizaje que me facilitan Julian, Josete y José Mari, puedo discernir la seta deseada, de otras menos apetecibles (no sé si comestibles o no), como la llamada “pie azul”. A ellos tengo que agradecer también que a mi mochila fueran a parar un buen puñado de estos ejemplares para mi satisfacción gastronómica.

El camino que nos dirige hacia Rello es, de nuevo, la pista con la que hemos estrenado hoy la ruta. Y ahora, tras casi 15 Km. de caminata, nos corresponde subir la pendiente que antes hemos bajado, pero con la mirada puesta ya en las cercanas naves de labranza y uso ganadero que empezamos a divisar, en las afueras del núcleo urbano. Hemos llegado al lugar del aparcamiento de los coches, donde descargamos mochilas y bastones para acercarnos hasta el pueblo y girar la visita de rigor a este escondido y casi desconocido rincón con resonancias medievales. Rello, de apenas 19 habitantes (censo de 2014), conserva dentro de su recinto amurallado del siglo XII (con retoques de comienzos del XVI) todo el sabor de una villa medieval y un orgullo palpable de sus vacías, pero cuidadas y limpias calles.

Se encuentra a 1069 m. de altura sobre una muela en un costado vertical encima del río Escalote, siendo su morfología muy similar a otros pueblos sorianos medievales, como Medinaceli, Calatañazor o Peñalcazar. Todo el recinto defensivo que le rodea y su paseo de ronda está jalonado de almenas, torres, garitas y cañoneras rectangulares, además de tres amplias puertas de piedra. Existe todavía, en el lado sur, un tramo de muralla que llega hasta el río, terminando en una torre que servía para recoger agua en caso de asedio. El castillo conserva, aunque en mal estado, la torre de homenaje y un aljibe, así como dos escudos encajados en la figura de un águila. Un elemento característico de esta localidad es su rollo de hierro, único en toda España, cuya descripción da origen a un curioso trabalenguas: “el rollo de Rello es de hierro”. En realidad se trata de una primitiva pieza de artillería que acabaría siendo precursora del cañón, del siglo XV o XVI, con cinco argollas de sujeción. Se encuentra en una plazuela del pueblo, junto al castillo. Imprescindible en la visita a Rello es, sin duda, pasear y perderse por sus calles, en las que parece no haber pasado el tiempo y que permanecen casi vírgenes en su estado original, transmitiendo la sensación de transportarnos a cualquier momento del Medievo. Y, sin duda, en esta época tendría más actividad social que la que pudimos observar: Rello adolece del mal inexorable de la despoblación que se ha cebado con esta y otras comarcas de nuestra geografía. No encontramos la soledad casi absoluta que hemos sentido en La Riba de Escalote; hemos tenido ocasión de hablar con algunos residentes del lugar de avanzada edad y otros más jóvenes, pero no hemos podido satisfacer uno de los hábitos cuando llegamos a los pueblos que visitamos, como es tomar una cerveza en el bar del pueblo y hablar con su gentes. En este caso, incluso algunos compañeros habíamos decidido quedarnos a comer en este recinto medieval. Vano empeño el nuestro. Ninguno de los establecimientos de hostelería con que cuenta el municipio estaba abierto. “Hasta El Pilar -nos dice un paisano- permanece abierto el bar-restaurante; después, por falta de gente, no hay actividad”. Otra vez será, pensamos.

El viento frío sigue peinando este alto medieval que mantiene su prestancia a través de los siglos. Pero ahora no es momento para enfundarnos la ropa que nos proteja del mismo. Subimos a los coches y regresamos a Soria.

Por el camino, algunos han girado visita al pueblo de Villasayas para admirar el hermoso pórtico románico de su Iglesia, monumento nacional desde 1993 y de influencia del claustro burgalés de Silos. Los más regazados han continuado viaje hasta la ciudad. Son algo más de las 15,00 horas. En el recuerdo, un pedacito del Medievo encarnado en la fisonomía de un pueblo soriano.

 

 

AGNELO                         

3 Comments so far:

  1. Me encanta el relato Agnelo, describe muy bien,todo lo que pudieron disfrutar nuestros sentidos,por estas tierras áridas y despobladas que también tienen su encanto

  2. Felicitaciones Agnelo. Que chulas las referencias a Machado……lo has bordado. Gracias pr todo. Incluida la tortilla, con la que nunca te olvidas de traer y que tanto gusta.

  3. Fabuloso relato Agnelo. Cómo me hubiera gustado ir a la ruta y conocer ese árido territorio y esas atalayas pero en su defecto, tengo tu relato. Gracias compañero.

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Posted by: soriapasoapaso on