EL ROYO: ENTRE ROBLES Y PINOS 24-11-2018

 

 

 

La fecha del 24 de Noviembre de 2018 tendrá una marca especial en el particular calendario de nuestro grupo senderista. Por primera vez, en nuestra corta historia, hemos conseguido el record de participantes en una marcha: hasta 25 compañeros del club nos hemos citado para recorrer esta ruta por tierras entre la Cebollera y la sierra de la Carcaña. Al gusto por la práctica senderista, se incorporan en esta ocasión dos nuevos miembros, Antonio, y Gonzalo, para compartir afición por el senderismo y conocimientos de nuestro entorno natural. La semana pasada fueron otros tres y a la puerta tenemos esperando otros tantos. En definitiva, el grupo goza de buena salud y se consolida como tal en sus fines y objetivos.

Pero vayamos al relato de nuestra marcha sabática. Hoy ha sido por tierras de El Royo.

Salimos de Soria a nuestra hora habitual y en menos de media hora nos encontramos en la citada localidad. Por el camino hemos atravesado los pueblos de Langosto y Derroñadas. En este último (aunque también en El Royo), es notable la presencia de las llamadas “casas indianas”. Durante finales del siglo XIX y principios del XX muchos fueron los que emigraron a hacer las Américas, llegando a formar la “Sociedad Filantrópica de El Royo y Derroñadas”, con sede en Buenos Aires. Las fortunas amasadas por estos llamados “indianos” revirtieron en su pueblo natal, dando lugar a la construcción de bellas mansiones y casonas, pulidas con el estilo colonial propias del Nuevo Continente.

El Royo está ubicado en una zona de gran valor natural y turístico incluida en la llamada reserva de Urbión. Domina esta localidad la Vega Cintora por la que discurre el Duero, tutelado por la Sierra de la Carcaña y la del Portillo. En su término, bajo la sierra Cebollera a gran altitud se encuentran extensas superficies de pasto conocidas en el argot meseteño como “quintos” (un quinto corresponde a la superficie de pastos a gran altitud para quinientos ovinos).

Iniciamos la marcha atravesando una verde llanura que circunda el pueblo para adentrarnos por una senda que nos coloca en otra ruta ya consagrada en los itinerarios senderistas: el GR 86, sendero Ibérico soriano.

Un corto tramo llano para acometer enseguida una pronunciada pendiente que se prolonga durante algo menos de 4 Km. Caminamos por un monte de robredal. En su aspecto otoñal, las ramas empiezan a mostrar su desnudez para trasladar su riqueza cromática al suelo alfombrado que forman sus hojas desprendidas del frondoso ramaje que les da vida.

El camino empinado propicia que el grupo se estire, lo que motiva frecuentes paradas de quienes encabezan la marcha para facilitar el agrupamiento con los más rezagados, dando cumplimiento a una de las máximas de la actividad senderista: adaptar los esfuerzos individuales y sus ritmos de andadura a las necesidades grupales, evitando la excesiva dispersión entre la cabeza y la cola del grupo.

Transitamos por el denominado monte Roñañuela, en dirección a la ermita de la Virgen del Castillo. El roble sigue dominando ambos lados de la senda, pero, a medida que ascendemos, empieza a mostrarse el pino albar, como el otro habitante natural de estas latitudes. Otras especies arbóreas son el fresno y, en menor medida, alguna encina aparece entre el robledal.

Superada la empinada cuesta que hemos transitado, ahora la senda se hace más amable y llaneamos con más vigor, si cabe, por acercarnos a lo alto del citado monte. Próximas a nuestro camino encontramos diversas cercas levantadas con piedras del lugar, que suponemos han tenido un uso ganadero. Otras paredes construidas sobre la ladera del camino han servido para contener y perfilar sólidamente el suelo del mismo, así como elementales conducciones del agua pluvial que atraviesan el sendero, con una sencilla lasca de piedra sobre las mismas, para evitar el deterioro del mismo por efecto del agua.

Y un elemento curioso que se nos presenta en la ruta al pie del camino es una piedra de gran dimensión, que evoca la legendaria “piedra andadera” situada en el término municipal de Covaleda en su vertiente sureste, pero de dimensiones muy inferiores a esta, sobre la cual se ha plantado una cruz también de piedra, de aproximadamente 50 cm. de alto, en cuya parte delantera se ha esculpido lo que parece la imagen de una virgen, y en la propia piedra que la sostiene igualmente aparece esculpido un año: 1852. Se la conoce como la “cruz de piedra”, pero desconozco su significado.

Hemos recorrido algo más de 6 Km. y nos acercamos a uno de los muchos santuarios marianos diseminados por la geografía soriana: la ermita de Nuestra Señora del Castillo, situada en un mirador natural de la vertiente sur de la sierra del Portillo (nos encontramos a 1.330 m. de altitud), con un magnífico paisaje: frente a nosotros, el inconfundible perfil del pantano de la Cuerda del Pozo y en la lejanía, donde la naturaleza parece haber puesto un punto de sutura entre la tierra y el tejido celeste, podemos divisar de oeste a noreste la sucesión de sierras montañosas que se extienden desde el cercano Pico Frentes hasta la serranía de la provincia de Burgos. Un panel explicativo en lo alto del mirador identifica cada una de las cumbres y picos montañosos que aparecen a nuestra vista, a modo de lección que guía la orientación y el conocimiento del medio del observador.

La ermita, de estilo gótico tardío, se halla junto a los restos de un antiguo castro de la Edad de Hierro. El castro hoy día no es visitable. Según cuenta la tradición, se construyó en un alto en pleno monte para que pudiera ser divisada y sus campanas se oyeran por los pastores de toda la comarca. La imagen fue enterrada para que no pudiera ser localizada por la “morisma”. Al morir los pocos habitantes del lugar que conocían el escondite de la imagen de la Virgen, sin haber revelado su emplazamiento, se apareció junto a su ermita a un pastor. Esta imagen de la Virgen del Castillo dicen que era “hermana” de las vírgenes de Las Fraguas y Lomos de Orios, pero se enfadaron entre ellas y quedaron de acuerdo en no verse, pero sí estar lo suficientemente cerca para que se oyeran las campanas en las tres ermitas. ¿No nos suena esto a alguna similitud con las vírgenes “sanjuaneras” de La Blanca y La Mayor? Como toda advocación de las vírgenes que se dan en la religiosidad popular, tiene también su romería a la ermita el 2º domingo de Julio entre los pueblos de la comarca no solo de El Royo.

El viento de esta mañana gris otoñal se hace más gélido en estas alturas y debemos abreviar nuestra estancia, que no por deseada se hace menos apetecible por mor de las condiciones climatológicas. Fotos de rigor sobre el extenso paisaje que se nos alcanza divisar, así como de algunos detalles de la ermita y del enclave que nos rodea y nuevamente nos ponemos en camino para completar nuestra ruta, aunque no lo haremos por la senda que hemos traído, sino por cómodas pistas forestales y en dirección descendente a través de la citada sierra del Portillo.

Ahora es la masa de pino albar la que se abre a ambos flancos de la pista que recorremos. En la cercanía oímos el sonido de una motosierra que está realizando la labor de tala de pinos. En un margen de la carretera, podemos ver ordenadas pilas de pinos cortados y ya procesados, que esperan el transporte hacia las fábricas de madera.  Y como todavía tenemos cierta esperanza de aprovechar las condiciones del medio que recorremos, propicias para la recolección de productos micológicos, algunos nos apartamos ligeramente de la pista para adentrarnos en el monte y buscar los codiciados níscalos o boletus, entre otras especies. Sabemos que este año son escasos, pero tengo la suerte de caminar junto a Alberto, nuestro experto y asesor en productos medioambientales, que me va informando de las especies micológicas que se cruzan en nuestro camino, aunque no son de nuestro gusto consumidor. Y, en concreto, podemos apreciar la exuberancia y dimensiones que presentan algunas de estas variedades que encontramos, como la seta macrolepiota. Me explica su composición, naturaleza y cómo puede ser comestible. Pero de nuestras setas “reinas”, el “boletus edulis” o el lactarius deliciosus”, ni rastro, salvo un pequeño ejemplar que ha podido coger Alberto.

Llevamos ya un buen trecho del camino previsto y es hora de recuperar energías. ¿Y dónde mejor que en un emblemático paraje de la zona, conocido como “El Chorrón”? Hermoso lugar, muy

frecuentado por bañistas en verano, donde se puede disfrutar de un chapuzón en el pequeño estanque formado por un bello salto de agua en el curso del río Razón. Está en nuestro itinerario y aprovechamos la ocasión para hacer ahí nuestro irrenunciable tentenpie de toda ruta. Sobre las paredes de piedra que delimitan algunas áreas próximas al lugar descargamos nuestras mochilas para dar cuenta de la merecida recompensa gastronómica. Quienes hemos sido los últimos en acceder al idílico lugar de descanso, observamos la inusitada celeridad con que se han vaciado las mochilas y empiezan a colmarse las vías digestivas. Aunque no todos presentan el mismo semblante de satisfacción por el momento más deseado. Observo a Julián, nuestro decano del grupo, con cara de frustración. Le pregunto el motivo. “No puedo comer pan -me dice con tono afligido- por prescripción facultativa”. Comprendo su estado de ánimo. Una reposición de fuerzas, que requiere un generoso bocadillo, si no tiene pan es como un día de playa sin sol. No obstante, le animo para que deguste la ya irrenunciable tortilla de toda ruta y un trago de la bota, que acepta encantado, aunque con la nostalgia del alimento prohibido. Además de otras delicias que nos facilitan nuestras siempre solícitas chicas que hacen bueno el refrán de que “a falta de pan, buenas son tortas”.

Hemos cubierto una buena parte de nuestro recorrido programado. Seguimos por la pista forestal que hemos traído en nuestro regreso y a la altura de una instalación del depósito de toma del agua, nos adentramos por una estrecha senda descendente que conduce hasta El Royo. En nuestro camino nos vemos obligados a dar paso a un grupo de motoristas que campo (por llamarlos de alguna manera) que se dirigen por la misma senda hacia el pueblo próximo.

Apenas un kilómetro y tenemos a la vista ya el final del trayecto. A la entrada de El Royo nos encontramos con una cruz de piedra, típica de los cruces de caminos, que recuerda el rollo medieval y justiciero, pero no aporta su nombre a la toponimia local, ya que “royo” deriva, por aragonesismo, de rojo, no de rollo.

Y ya dentro del pueblo, nos llama la atención un edificio particular donde ondean dos banderas nacionales de considerables dimensiones: una española y otra de algún país que desconocemos. Nos saca de dudas nuestra compañera Milagros, residente en El Royo: en esa vivienda habitan un guardia civil y un ciudadano rumano. Ahora sabemos la procedencia de la otra bandera.

En un conocido bar-restaurante de la localidad tomamos la penúltima cerveza grupal del día. La última la reservamos a nuestra llegada a Soria y en el lugar de concentración. En este caso por un motivo especial: nos espera nuestro colega Carlos, para celebrar con él y con la caja de lazos que nos ha traído, su recién estrenada paternidad. Le deseamos al padre y a su pequeñín, Eder, larga vida.

Y con estos buenos deseos terminamos esta jornada senderista y nos emplazamos para afrontar la siguiente con renovadas energías, por tierras del suroeste soriano de manifiestos y resonantes testimonios históricos.

 

Agnelo

 

3 Comments so far:

  1. Genial relato como siempre Agnelo, disfrutando con tu prosa y la cantidad de información que nos aportas. A mi siempre me ha gustado mucho El Royo y su verbena de Agosto. Un abrazo para ese recién estrenado papa y mis mejores deseos para Eder y su madre.(Siento no haber podido estar).

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Posted by: soriapasoapaso on