MASEGOSO

POZALMURO-MASEGOSO-POZALMURO

Soria, 3 de Marzo 2018

Cada ruta tiene un encanto. Campos, ríos, montes, llanuras, bosques…constituyen el paisaje de nuestra tierra por la que, sábado tras sábado, nuestras huellas van dejando testimonio del paso por esta amplia geografía soriana, variada y sorprendente, austera y desbordante, de extensas llanuras y agrestes escarpas…..Paisaje de contrastes por dondequiera pisamos, que nos acerca al alma de nuestra terruño y nos permite conocer y amar la esencia de nuestras raíces. En esta ocasión el paseo sabático presenta un componente hasta ahora inédito: el acercamiento a lugares de hechos fantásticos acaecidos en algún momento, que no son pocos en nuestra tierra, pero con frecuencia desconocidos y, por ello, más admirados cuando nos acercamos hasta su enclave de origen y leemos o escuchamos estos relatos que la tradición popular ha elevado a categoría de leyendas y perviven con el paso del tiempo, a modo de testimonio simbólico de la vida, deseos, aspiraciones, frustraciones, tramas, conflictos….que sus protagonistas nos han transmitido.

Soria es una tierra rica en leyendas, canciones, romances y danzas; todo lo contrario a la aseveración machadiana sobre los “atónitos palurdos sin danzas ni canciones” que nos endosó, sin fundamento alguno, llevado por su desconocimiento sobre las tradiciones sorianas, que sí conocían, en cambio, Bécquer o Gerardo Diego. Las hay caballerescas, amorosas, trágicas, épicas, religiosas….. Han surgido como agua pura y fresca del manantial de este “creativo imaginario colectivo” de nuestro pueblo a lo largo de los siglos. En este caso, nos dirigimos hacia Masegoso, pueblo abandonado, testigo de una leyenda que podemos encuadrar en la categoría de trágica-amorosa, y que damos por reproducida y conocida a través del relato que de la misma se hace en la presentación de la ruta en nuestra página web. A modo de apunte cultural reseñar que fue Manuel Ibo Alfaro, historiador postromántico nacido en La Rioja en el siglo XIX, el primero en dar a conocer esta leyenda en su obra “El fantasma de Masegoso”, donde narra que el pueblo quedó despoblado en el siglo XVIII por las circunstancias macabras que relata la leyenda.

Con la puntualidad habitual que nos caracteriza, partimos hacia Pozalmuro trece miembros del grupo. La mañana es fresca, pero no amenaza lluvia, enemigo principal de caminantes y senderistas cuando nos calzamos las botas para transitar por caminos y sendas de nuestra provincia. Al filo de las 9,00 h. llegamos a la mencionada localidad, punto de partida de la ruta semanal. Hemos aparcado los coches dentro del casco poblacional; sin embargo, nuestro guía, Angel, nos sugiere continuar por un camino urbano hormigonado que sale del pueblo hasta enlazar con una vía agropecuaria, para acortar siquiera mínimamente la ruta e iniciarla ya a campo abierto. Así lo hacemos y dejamos los coches 1 Km. más adelante, al pie de unas cuidadas pilas de alpacas de paja. Ajuste de mochilas sobre la espalda, algunos estiramientos corporales a modo de calentamiento que nos sugiere Reme, preparación de bastones para la marcha, último retoque de gorros y guantes para protegernos del viento que ya notamos sobre nuestros rostros y, a través de una cómoda y cuidada carretera trazada para los vehículos agrícolas, emprendemos la salida. El perfil se presenta llano y de fácil andadura. Por el camino vamos viendo los variados postes informativos señalando lugares, paisajes, atalayas, que se diseminan a lo largo de esta comarca y nos recuerdan la riqueza de nuestro patrimonio cultural, histórico, etnográfico….

Apenas hemos andado veinte minutos, una suave cuesta nos acerca hasta un pequeño promontorio, donde contemplamos una imagen que se va haciendo tristemente habitual en nuestros paseos: los restos de un pueblo que fue, La Pica. Conserva un torreón medieval del siglo X y origen musulmán, de 15 metros de altura, construido con finalidades defensivas, en relativo buen estado exterior. En la parte inferior del pueblo y en la falda del promontorio encontramos una fuente, acondicionada actualmente como merendero acotado para disfrute de los andantes (que no residentes) que se acerquen por estos pagos, y no lejos de la misma permanece en pie la silueta de lo que fue la pequeña iglesia del pueblo, de estilo románico. Permanecen como testigos mudos de su historia los restos de las viviendas que constituyeron el núcleo de población, entre las que destaca una de mayores dimensiones, el palacio de los Bravo de Sarabia, familia de abolengo de los siglos XV-XVI, que sirvió a la corona de Castilla en las tierras de ultramar, uno de cuyos jerarcas, D. Juan Bravo de Sarabia, ostentó el rango de “señor de La Pica y Almenar”. No obstante el estado ruinoso de este núcleo, presenta una simétrica alineación urbanística de sus casas, y, vistas desde dentro, sorprende la solidez de estas edificaciones con paredes de gruesos y consistentes muros, que han resistido el paso de los años.

Una vez impresas en las cámaras y móviles las imágenes del lugar, continuamos ruta hacia el emplazamiento donde se desarrolla la leyenda que motiva nuestra salida. Apenas hemos descendido del pequeño cerro y retomamos el camino a seguir, tenemos ante nuestra mirada una larga colina, que se extiende de este a oeste, erizada de los ya familiares “molinillos” eólicos, alineados

longitudinalmente, que jalonan los altozanos de nuestra sierra. Sin embargo, observamos que sus aspas están quietas, a pesar de que el dios Eolo ejerce con energía en esta gris mañana invernal su portentosa actividad atmosférica. Pero no es la contemplación de estos recursos energéticos lo que más interés despierta del cercano entorno. Basta descender la mirada a ras de suelo para admirar la belleza cromática de nuestros campos, tan magníficamente plasmada en las composiciones audiovisuales que cada semana nos ofrece Angel: brilla con luz propia el manto verde que surge de las entrañas de la tierra, preñada de los cultivos cerealistas que unos meses más tarde mostrarán su pujanza y vigor; junto a ellos, destaca el color ocre de las tierras que han quedado preparadas para otros fines agrícolas y que, en su desnudez productiva, nos muestran la potencial riqueza que atesoran. Y elevando la vista hacia las colinas que circundan estos llanos, encontramos algunas moteadas de espesos encinares que albergan otro tipo de vida faunística y vegetal, mientras otras lucen el machadiano color plateado de su austera infertilidad. Todo ello conforma un paisaje variado, de innegable raigambre rural, esencia del alma castellana, forja de gentes curtidas en el trabajo y esfuerzo que esta generosa tierra exige a sus moradores.

Entre charlas, comentarios e intercambio de impresiones sobre lo que vamos dejando atrás, nos hemos plantado en las inmediaciones de Tajahuerce. A la entrada del pueblo encontramos unos pozos ordenadamente distribuidos sobre un reducido solar, en medio de los cuales sobresale uno protegido con una reja circular, que desconocemos la finalidad y uso que de los mismos se pueda hacer. Ni un alma por las calles para satisfacer nuestra curiosidad. Llevamos algo menos de dos horas de recorrido, así que optamos por hacer en esta localidad nuestra obligada parada técnica para reponer energías. El pórtico de la Iglesia servirá de improvisado merendero para aligerar nuestras mochilas de las deseadas viandas. Además de los tenteenpiés personales, la tortilla o el chocolate de Rosi , la bota de vino o los frutos secos compartidos, siguen teniendo un reconocido éxito, y no menor demanda, los famosos arándanos cubiertos de chocolate que ha introducido Alicia entre los delicatessen que forman parte ya de este menú campero colectivo. Seguimos sin sentir la presencia de ningún vecino del pueblo, por lo que por momentos llegamos a pensar si no habremos llegado a un pueblo fantasma. Pero no. La evocación a los fantasmas nos espera para dentro de un rato, cuando estemos en el territorio de la leyenda del pueblo cuyos vecinos abandonaron su emplazamiento en la noche de los tiempos.

Satisfechas las necesidades más instintivas y aligeradas nuestras mochilas por lo que hemos trasladado al estómago, continuamos ruta por vías de iguales características sobre las que hemos transitado: cómodas carreteras para la maquinaria del campo, que hacen fácil la andadura, si no fuera por el frío viento que, a ratos, sopla con fuerza y airea sobradamente nuestros curtidos rostros de sufridos senderistas, inasequibles al desaliento y a las inclemencias meteorológicas.
Durante un rato comparto camino con Angel y me advierte de la presencia de un torreón que se divisa en la lejanía. La llanura de estas tierras permite otear un amplio horizonte, donde se puede apreciar el emplazamiento de algunos municipios de la comarca, extensas fincas cerealistas o vislumbrar lejanos embalsamientos de agua sobre las parcelas menos porosas. Y, por supuesto, edificaciones como la torre que me señala Angel, punto de referencia de nuestro destino programado.

Nos acercamos a Masegoso, enclave de leyenda, inmerso en el acerbo cultural de este socorrido género que forma parte del inconsciente colectivo universal cuando el ser humano se enfrenta a tragedias o acontecimientos épicos, para los que necesita una explicación en línea con el relato que exalta lo extraordinario del acontecimiento. Lo que ahora es un pueblo en ruinas (alguna finca particular parece que se ha adaptado a servir de cobijo provisional para fines lúdicos), conserva todavía en buen estado una torre morisca de la misma época que la existente en La Pica, así como una fuente romana que todavía tiene agua, no muy cuidada, por cierto. No muy lejos se vislumbra el puente romano, por donde atravesaremos de regreso hacia Pozalmuro, sobre el inestable río Rituerto, que permanece seco por temporadas. Y tras esquivar varias ruinas de lo que en su día fueron viviendas que albergaban vida, se llega a lo que queda de la Iglesia de San Esteban.

Hasta aquí la descripción del espacio físico de nuestro punto de destino. Pero, como he advertido anteriormente, el interés de este emplazamiento viene por haber sido testigo de hechos singulares que, a falta de una objetividad empírica y rigor histórico, nos sumergen en el mundo de la fantasía y la leyenda, cuando un acontecimiento de singulares dimensiones, que pone a prueba la grandeza, resistencia, valor o arrojo del ser humano, no encuentra cauces de expresión a través de lo que es el elemento racional por el que el hombre transmite sus vivencias y experiencias, pero halla fácil acomodo en otra forma de liberar pensamientos y emociones que le inspira la instancia más instintiva, pasional, emocional e irracional, ese lado oscuro, pero no menos real, que todo hombre lleva interiorizado, junto al más civilizado, permitido y consensuado uso racional de expresión de sentimientos, deseos, frustraciones, hazañas, etc. No seré yo quien pretenda hacer una

interpretación psicoanalítica de la leyenda (líbreme Dios de tal petulancia), pero sí quisiera dejar constancia de algún parecido que presenta esta de Masegoso con los que encontramos en otros episodios legendarios: el tema del envenenamiento de la fuente, por ejemplo, (en la historia de Masegoso se atribuye al despechado nieto de la bruja Avedícula) se repite en algunos pueblos, incluso en Soria provincia, como Villamediana y Mostero, hoy despoblados. También es común encontrar en otras leyendas un nexo argumental que entronca la tragedia que sufre el amor de una pareja con la intromisión y la violencia que ejerce un tercero sobre esa relación amorosa.( Véase la leyenda de “Blanca y D. Nuño”, que acaece por tierras de San Pedro Manrique y Armejún; o “La heredera de Tobajas”, ambientada en las tierras de Carabantes; o la no menos pasional y apasionada “La hermosa de la mancha roja” desarrollada en la ciudad de Villa Huerta (hoy Santa María de Huerta).
Pero, sobre todo, quisiera dejar flotando sobre el viento algunas interrogantes que este inconsciente colectivo, manifestado a través de un género literario que se asienta en el relato fantástico, emocional, irracional, nos deja para la curiosidad: cuando el amor es limpio, apasionado, libre de tabúes y convencionalismos, se ve sometido a toda clase de violencia y amenazas que derivan en tragedia por apartarse de los imperativos éticos que rigen la convivencia o se opone a los deseos de quien ejerce el poder y el dominio sobre otros. Y ante esta situación, surge una inquietante pregunta: ¿es posible la existencia de un sentimiento de amor en su estado más puro y genuino, sin trabas, intereses, condiciones, estado social, posición económica, etc. de por medio? El argumentario que nos ofrece todo este elenco de leyendas y relatos, que reflejan la expresión más profunda y arcaica de los sentimientos humanos, nos advierten que esa clase amor acaba siempre en tragedia. Y si ese resultado universal es la manifestación del triunfo de tánatos sobre el ansia de vida y libertad que representa eros (en su expresión más freudiana), ¿deberíamos prestar atención a la otra

interpretación, menos romántica, pero más decepcionante e inquietante, que reduce la expresión del sentimiento de amor a una quimera, producto de una mera reacción neuroquímica , con fecha de caducidad, como toda reacción de un proceso bilógico? ¿Existen, tal vez, vías intermedias que puedan conciliar el aspecto racional y emocional para explicar este sentimiento universal, expresado en múltiples formas culturales?

Sí, ya lo sé….He abusado de vuestra amistad para dar rienda suelta a mis fantasías sobre un tema de dominio común. Espero de vuestra benevolencia sepáis disculparme esta licencia que me he tomado, no con ánimo de polemizar, sino de llevar al grupo si quiera una inquietud que introduce un elemento cultural para la conversación y la cohesión social de este maravilloso colectivo que es el “Paso a paso” .

Agnelo Yubero

2 Comments so far:

  1. Hay que pensar mucho. Nos haces pensar Agnelo. No sabia que Machado habia escrito eso. Y esas leyendas que nombras parecen muy interesantes. Hay que leerlas
    Gracias por tu filosofica cronica.

  2. […] Cerca, el despoblado de Castellanos del Campo, en el que destaca un restaurado torreón de defensa musulmana del siglo X de planta rectangular de unos 8 x 6 metros y unos 15 metros de altura, que tuvo cuatro plantas y terraza, con solo dos ventanas altas, la más baja a unos 3 metros para dificultar el asalto, y muros de mampostería gruesa, similar a las de la zona, qué se comunica visualmente con las de Masegoso, la Pica y Aldealpozo (esta última ubicada en la torre de su iglesia) que visitamos el 3 de marzo de 2018 (crónica de Agnelo ,http://soriapasoapaso.es/?p=2227), […]

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