DONDE EL DUERO TRAZA SU CURVA DE BALLESTA….

 

 

Soria, 18 Marzo 2023

 

Existen espacios sorianos con amplias resonancias machadianas. Nadie como este imperecedero poeta supo describir la austera belleza de estos lugares, llenos de vida, pero de difícil interpretación para un espíritu poco observador y menos proclive a elevar a categoría de sublime, como hizo A. Machado, las márgenes y los parajes de nuestro familiar  río Duero. Y es que en la ruta de hoy, a escasa distancia de la capital, se dan cita  paisaje, poesía, recuerdos de otros tiempos, y, sobre todo, imágenes visuales escondidas tras las colinas plateadas inmortalizadas en los versos de este genial descubridor de nuestra tierra, a las que presta luz y sonido armónico la serpenteante figura  del  río Duero, inspirador  que realza el encanto de estas latitudes, secundado por su hermano menor, el río Golmayo. Pero vayamos al principio.

Hoy, y dada la cercanía con la capital, hemos acudido media hora más tarde de lo habitual al lugar de partida,  en este caso  el aparcamiento del complejo deportivo de Los Pajaritos. La concurrencia es numerosa: algo más de treinta participantes de nuestro recién ampliado grupo no nos hemos querido perder  esta ruta por entornos conocidos, en parte por paseos esporádicos o, cuando menos, oídos de nombre en cualquier conversación o intercambio de impresiones sobre los muchos y variados paisajes que esconden estas ondulantes colinas a ambos lados del tranquilo, luminoso y majestuoso paso del Duero. El perfil de la ruta es zigzagueante, con subidas y bajadas, avances y retrocesos, según los enclaves que vamos visitando, pero nada complicada por las dificultades del terreno, salvo las imprescindibles  precauciones  a adoptar cuando transitamos caminos en cuesta erizados de piedras  o descensos un poco más verticales a los que se une la humedad del suelo pedregoso.

Son algo más de las 8,30 y apenas hemos echado a andar  tenemos ante nosotros la icónica geometría semicircular del edificio rectoral del campus universitario de Soria, imitando a la atalaya que vela por la salud intelectual y científica de la institución que representa.

Y en este caso, como en otras universidades nacionales y extranjeras, ciencia y deporte van de la mano, porque a escasos metros tenemos  el complejo deportivo de los distintos campos de fútbol que llenan este espacio.

Hemos enfilado una senda con suave pendiente en descenso hacia los dominios del modesto río Golmayo, mientras a nuestra espalda vamos dejando la valla perimetral que circunda la propiedad del campus universitario y la variada morfología cúbica que ofrecen sus distintos módulos y edificios docentes o de investigación.

En el camino de descenso, por estos ariscos pedregales (otra vez la memoria de Machado), encontramos ruinas de corrales que en su día albergaron una cabaña ganadera. Y de camino también hacia la parte más llana que discurre junto al río Golmayo, podemos ver a  nuestra derecha, en toda su amplitud, el problemático y contestado edificio de nueva construcción que ha sido objeto últimamente en la prensa de distintas críticas por supuestas irregularidades urbanísticas. Opiniones y versiones que he tenido ocasión de escuchar con interés por quienes conocen  mejor que yo este tema pero, obviamente, no tienen cabida en este espacio dedicado a una actividad senderista y no urbanística.

Y antes de acompañar al Golmayo en su cauce, tenemos ocasión de traer a la memoria una parte de lo que era la infraestructura ferroviaria soriana desde finales del siglo XIX (1892) hasta bien entrado ya el siglo XX (principio de los 40). Se trata de los estribos, a uno y otro lado del vano  que salvaba la vía del ferrocarril, entre los cuales se construyó un puente de hierro que permitía el paso  por esta accidentada franja de su recorrido hasta la llamada estación soriana de San Francisco, situada en lo que ahora ocupa el edificio de la Junta de Castilla y León. Tengo que agradecer a Félix las precisas y exactas explicaciones que me facilitó sobre este hecho, así como su ilustrativo detalle de mandar una foto del mismo  para visualizar la realidad de esta infraestructura soriana mientras estuvo operativa. Los citados estribos, construidos en piedra de sillería, todavía ofrecen un más que aceptable buen aspecto, así como los soportes de cimentación para las columnas de hierro que sustentaban el puente, que conservan todavía las formas y hendiduras sobre las que apoyaban los pilares del mismo.

Desde aquí, tenemos a la vista el camino de La Rumba y un poco más allá el emblemático puente o viaducto de Golmayo. Y hacia allí nos dirigimos. El descenso se hace más suave y aunque seguimos entre caminos blancos, de calvas sierras, no podemos descuidar la seguridad de la pisada por las irregularidades y pedregosidad de la senda que nos conduce. Llegados a la amplia pista de tierra, ahora sí nos sentimos más seguro sobre el terreno que pisamos, a la vez que el susurro del río Golmayo, al que acompañamos en un corto tramo de su recorrido, relaja nuestro caminar. Hemos cruzado un puente de madera de reciente construcción y caminamos a media ladera para acercarnos al viaducto. Y en la base de los pilares donde se asienta, alguien trae a la memoria algún hecho luctuoso que, desde su altura, ha motivado más de una crónica negra  en nuestra sociedad soriana

Atravesamos por uno de sus vanos para dirigirnos hacia una parte más elevada que nos aproxima a las vías del tren, actualmente en reparación y mejora de la deficiente red ferroviaria que cruza la provincia. Pero antes hemos tenido ocasión de contemplar una hermosa estampa del Pico Frentes, que con el reflejo  solar muestra un luminoso color perla, cual si quisiera, desde la distancia, rivalizar y superar en luz y esplendor la belleza de los oscuros encinares que transitamos, mientras continuamos nuestro camino.

Cerca del viaducto contemplamos también otro puente más pequeño, de la época de Carlos IV (me informa Félix), que sirvió de enlace con otras vías de comunicación que pasaban por Soria.

Hemos subido a media ladera, y ahora toca bajar en busca de otras alternativas que nos llevan hasta el caserío de Maltoso, famoso y muy conocido por la calidad del pan que allí se amasaba (hablo en pasado, porque desconozco si todavía se sigue horneando ese pan tierno tan apreciado por algunos de nuestros paisanos).

Y atravesado Maltoso, una bifurcación nos muestra el camino que conduce a la vecina localidad de Los Rábanos y otro que enfila hacia el más cercano y extinto caserío de Valhondo. Tomamos esta última dirección, pasamos ante las ruinas de lo que en su día dio nombre a esta pequeña localidad y nos dirigimos a uno de los miradores sobre el Duero, conocido como Mirador del Camino de la Sequilla, donde haremos el refuerzo gastronómico que toda ruta demanda a sus andantes. Acomodados en los salientes de las piedras que encontramos de forma un tanto desperdigada, van aflorando de las mochilas las deseadas viandas que disfruta todo caminante. No falta el vino, el café, las delicatesen de chocolate que se  reparten entre los corrillos  más próximos, o los deliciosos bocaditos de

membrillo que ha elaborado artesanalmente Merche. Y ante nosotros, el Duero, tranquilo, majestuoso y luminoso, llenando el paisaje que se desliza  desde la sierra de santa Ana por las paredes calizas que le sirven de encajonamiento para formar algo parecido a lo que se conoce como los “Arribes sorianos”, nombre que toma de  los espectaculares Arribes del Duero ubicados entre las provincias de Zamora y Salamanca, hasta adentrarse en tierras portuguesas, donde el Duero forma  un gran cañón por su espectacular morfología, encajonada entre la verticalidad de sus acantilados a uno y otro lado del cauce fluvial. Ciertamente, nuestro Duero soriano no tiene la espectacularidad en las dimensiones de ese “Gran Cayon europeo”, como se conoce este   tramo de su cauce más occidental, pero el macizo rocoso que le flanquea y las pendientes escarpadas que lo acunan, le otorga ese halo de grandiosidad en su remansado curso a su paso por nuestra tierra. Sinuoso y ondulante en su recorrido, a la vez que silente y henchido de vigor, va formando figuras que, en algún caso, recuerdan la curva de ballesta que describió Machado y en otros, sus cambios de dirección y recodos parecen querer abrirse paso entre las elevaciones rocosas que le impiden un fluir tranquilo.

Y sobre los pétreos paramentos que lo protegen y esconden, no podía faltar la fauna que encuentra en este hábitat su mejor refugio. Y ahí tenemos y podemos observar ejemplares de buitres, en las proximidades de las cuevas y oquedades que se abren en las paredes de estos recios  acantilados sobre agua dulce.

Satisfechas las necesidades gastronómicas, emprendemos camino de regreso hacia el punto de partida, sin perder de vista el río que serpentea bajo  nuestro trayecto. Y en uno de estos altos para la observación, nuestro fotógrafo y sherpa de hoy, Ricardo, deja constancia de nuestro paso por estos pagos, agrupándonos para tomar la foto colectiva y ritual de toda ruta.

Vamos descendiendo hacia la llanura que nos acerca de nuevo hacia los Maltosos, y sin pasar de nuevo por este caserío, nos hemos acercado a las inmediaciones de los huertos que cultivan no pocos  entusiastas hortelanos, aprovechando la fertilidad de esta tierras. Uno de ellos es Félix, marido de nuestra compañera Esther, que nos ha visto llegar y le ha faltado tiempo para ofrecernos  una cerveza, acompañada de algún aperitivo y, por si algo faltara, nos brinda también un buen puñado de nueces de su propio nogal. Gesto que, sin duda, agradecemos, a la vez que le vaticinamos (sin más pruebas que nuestro buen deseo) que tendrá una excelente cosecha de fruta, verdura y hortalizas.

Nos despedimos de  los hortelanos y de camino hacia los dominios del campus universitario, hemos de cruzar un precario puente para salvar el arroyo que nutre de agua estas fértiles huertas. El puente no es muy seguro, lo que exige cierta prudencia al cruzarlo, mientras que quienes ya han pasado a la otra orilla, observan  con indisimulado regocijo y excelente humor la posibilidad de alguna incidencia que pudiera producirse entre quienes todavía están por hacerlo. Afortunadamente para todos, no hubo que lamentar incidencias.

Nos vamos aproximando hasta el aparcamiento de Los Pajaritos, punto de estacionamiento de nuestros vehículos y  arranque de hoy. Pero antes, otro ritual que no puede faltar en la ya consolidada costumbre senderista: la cerveza o el vino del grupo, que celebra el final de otra buena ruta, en el establecimiento más cercano. En este caso no es difícil la elección, ya que tenemos uno y muy próximo a nuestro lugar de finalización.

El buen sabor del vino o la cerveza reconfortan la no muy exigente jornada de hoy (algo menos de 12 Km.), pero, sobre todo, nos deja el  buen gusto de encontrarnos o reencontrarnos con lugares cantados por ese espíritu poético que supo  describir como nadie la belleza de estas tierras, que no eran (no son) precisamente el estallido de un vergel paradisíaco, sino……

“Colinas plateadas,

                   grises alcores, cárdenas roquedas….

                   oscuros encinares, ariscos pedregales,

                   calvas sierras…..

                   ¡Campos de Soria, donde parece que las rocas sueñan!”    

 

Agnelo Yubero

        

 

 

 

 

 

 

One Comment so far:

  1. Cierto preciosas y novedosas vistas sobre el Duero, tuvimos en la ruta y tu nos lo describes con mucho arte. Gracias.

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