ALDEHUELA DE CALATAÑAZOR: OLOR A SABINAS

 

 

Soria, 26 Noviembre 2022

 

Porque eso es precisamente lo que percibimos, apenas abandonamos este tranquilo y remozado pueblo, escondido en la margen derecha de la recién estrenada autovía A-11, dirección Valladolid.

Mismo lugar y hora de salida desde Soria que el resto de los días. Y tras un corto trayecto de 30 Km., hemos llegado a nuestro punto de partida. La mañana es limpia y soleada, lo que puede llevar a engaño sobre la temperatura real, que no sobrepasa los 0º C, cuando bajamos del coche e iniciamos el ritual de preparativos para comenzar la andadura.

La pequeña localidad está en calma. Como ocurre casi siempre que llegamos a un municipio de escasa población de nuestra provincia (que son muchos). Algunos edificios restaurados o recién construidos, así como un suelo urbano limpio y bien pavimentado, muestran la  cara amable de un núcleo poblacional que se resiste a desparecer por abandono de sus gentes, frente a otras viviendas en estado ruinoso, estampa muy frecuente también en otros pequeños municipios  donde arrancan  nuestras caminatas. Y si  otras localidades  llaman la atención por algún elemento o detalle curioso en sus viviendas, Aldehuela de Calatañazor no es una excepción, y apenas iniciamos la ruta podemos apreciar, incrustados  en la fachada de la pared   de una vivienda, una serie de calendarios de

distintos años, hechos de  refinada cerámica, y dedicados cada uno a los más variados motivos  ( las aves, los peces, los pueblos, los árboles frutales, los vestidos, la vendimia, etc.), que se acompañan con dibujos alegóricos a los mismos cada mes del año. No siguen un orden cronológico, y algunos, los menos, son más pequeños que el resto. Suponemos que lo que ha querido resaltar su autor o propietario (hipótesis aventurada) es una originalidad estética para adornar su fachada. Y un último dato: los títulos que indican la dedicatoria a  los distintos motivos citados están escritos en catalán, y en la parte inferior del calendario aparece el nombre de una firma de materiales de construcción, también con texto adjunto en catalán. ¿Una original publicidad con proyección estética? Como he apuntado antes, solo es un dato curioso de los muchos y variados que encontramos en los casi vaciados pueblos que pisamos. Sin otras  interpretaciones.

Poco más vemos por ahora de esta pedanía (dejamos la visita para el regreso) y enseguida nos dirigimos al frondoso monte sabinar de Calatañazor.

Salimos desde la calle Bajera (nombre muy corriente en pequeños municipios, a falta de calles para ponerles  otros nombres), y a poco que nos alejamos del núcleo poblacional y entramos en el campo, nos encontramos con un suelo que cubre de blanco  la alfombra herbácea que pisamos: testimonio fehaciente de la severa helada que ha enfriado esta latitud la pasada madrugada, hasta temperaturas  bajo cero.

Transitamos una marcada senda, mientras a  ambos lados de la misma la escarcha uniforma el colorido del todavía desnudo campo de vegetación o tierras de cultivo. Se conoce este camino como  la senda de Los Tolillos, para adentrarnos, tras un corto recorrido, en una amplia calle formada a raíz  de la instalación del tendido eléctrico que se extiende sobre nuestras cabezas. Y como en toda ruta, no faltan motivos para aprender algo nuevo: le pregunto a J. Antonio, experto consagrado por vocación y profesión en conocimientos de energía lumínica, si se trata de una red de alta tensión. “Sí –me responde-, pero no solo de la luz que recibimos, sino también sirve para “exportar” luz a otras comarcas de nuestra geografía. Somos también “dadores” de luz. En concreto – me detalla- exportamos a tres puntos distintos: uno, bajo la red que nos encontramos, se dirige a Valladolid; una segunda conducción llega hasta Gallur (Zaragoza) y una tercera línea que traslada energía es a Trillo (Guadalajara)”. Como reza un viejo proverbio castellano: “a la cama no te irás sin saber una cosa más”.

Y mientras caminamos por esta despejada y llana ruta  conformada  por el trazado de la red eléctrica, escuchamos, a izquierda y derecha, continuados disparos de escopeta, lo  que nos avisa de una  cacería en las proximidades. Antes de iniciar cualquier ruta, nuestros sherpas se informan si hay alguna operación  de caza por la zona que vamos a recorrer. En esta ocasión, no había constancia de que tuviera lugar una batida por estos pagos, y, además, por las condiciones del terreno, suponemos que no se trata de caza mayor e igualmente improbable que sea caza  menor, por lo que sospechamos s que los disparos van dirigidos a batir algún tipo de ave; en concreto, creemos que puede ser una caza que aprovecha el paso de las palomas. Nuestras sospechas se confirman, en parte, cuando tengamos ocasión de preguntar a algún lugareño que  encontramos por estos montes. En cualquier caso, nos consuela pensar, si nuestra suposición es acertada, que los disparos se realizan muy por encima de nuestras cabezas. ¡Es un alivio!

Siguiendo nuestro camino ahora transitamos por el paraje conocido como La Loma. Aquí encontramos un cuidado puesto-mirador que han construido los cazadores para fines cinegéticos en el avistamiento de  palomas, lo que  afianza nuestras sospechas del tipo de cacería que venimos comprobando.

Abandonamos la senda sobre la que se alzan los cables eléctricos para dirigirnos por el  paraje conocido como llano Capón. Sorteamos algún charco helado, que sirve de pretexto para clavar los bastones sobre el hielo y plasmar la situación climatológica en nuestras cámaras fotográficas, imagen que será magistralmente encuadrada en el reportaje audiovisual con el que nuestro sherpa, Ángel, nos obsequia en cada  ruta.

Seguimos por  un espacio llano y en nuestro caminar pasamos ante unos corrales y una nave para el ganado, además del ganadero que está faenando.

“¡Buenos días!” – le saludo- “Veo que tiene Vd. una amplia nave para guardar el ganado. Supongo que serán ovejas, ¿no?”

“Sí” – me contesta amablemente- “Y hay que atenderlas”

“¿Tiene muchas cabezas aquí?”

“No. Aquí solo tenemos algo más de cien. El grueso del rebaño lo atendemos en Nódalo”.

Continuamos una breve conversación sobre el motivo de encontrarnos por aquí y, sobre todo, los beneficios para la ganadería ovina que significa este espacio y viceversa. Y es que el sabinar ( y esta no es una observación del ganadero, ni mía, sino de los estudiosos del medio ambiente y la geografía del terreno) se encuentra  totalmente integrado y adaptado al pastoreo de ovinos que se ha venido realizando desde tiempos inmemoriales, hasta el punto de que su permanencia como sabinar puro depende de la presencia de  ovinos, por lo que este lugar ha sido aprovechado como dehesa para el ganado, y eso ha impedido la entrada de matorral y otras especies forestales, a la vez que se ha fertilizado el terreno con los desechos biológicos de esta  cabaña ganadera.

Y aprovechando la conversación, le pregunto también por la duda no resuelta  sobre el tipo de caza que tenía lugar a poca distancia   de la posición donde nos encontramos. “¿Se trata de  alguna batida sobre las palomas?” “No, exactamente”- me contesta seguro- “Son  cazadores no organizados que intentan alcanzar algún tipo de pájaros, como el zorzal, que cruzan por estos llanos”. No soy cazador y, por tanto, desconozco la importancia de este tipo de piezas a batir, pero sí tengo un vago recuerdo de que este pájaro  ha sido motivo de inspiración, por su canto y sus trinos,  para algunos escritores y poetas sobre todo anglosajones, así como  alimento muy preciado desde hace miles de años. Y supongo que esta es la razón  principal de su captura a tiro limpio.

Continuando nuestra ruta llegamos hasta el Alto de las Merinas. Desde aquí tenemos una impresionante panorámica de las tierras de labrantío, flanqueadas por  barreras de sabinas  que parecen proteger   los incipientes brotes de cereales que algunas  exhiben a estas alturas de la temporada. Otras, sin embargo, conservan el tono ocre de una tierra en barbecho, que espera mejor ocasión para ser cultivada.

Bajando desde este alto, intentamos buscar un sendero que nos acerque de la forma más cómoda  hasta nuestro objetivo intermedio y punto de descanso dentro del sabinar. Y como en otras rutas anteriores, nos toca cruzar, o cuando menos bordear, tierras de labranza y la consiguiente molestia de soportar el barro que se adhiere a la suela de las botas. Nuestros pasos nos han llevado hasta el arroyo de Majallana. Y mientras caminamos  paralelos a su cauce nos sorprende gratamente la presencia de algunos endrinos que todavía muestran sus frutos de agradable sabor y, en consecuencia, en perfecto estado para su consumo. Un corto recorrido junto al arroyo, mientras Jesús Ángel me habla de su afición por la bici y las bondades de los modernos motores eléctricos acoplados a ella, y enseguida abandonamos este pequeño curso fluvial para tomar un trazado más seco, que dará salida a la carretera desde la que divisamos la cercana localidad de Muriel de la Fuente, aunque nuestro objetivo no es esta población, sino la llegada a lo que, llamémosle así, constituye el cogollo del Parque Natural del Sabinar.

Estamos ya  la zona diseñada desde el punto de vista turístico para acceder al parque: un ensanchamiento de la carretera con marcados espacios para aparcar vehículos y unas entradas a modo de puerta con torno o, sencillamente, una puerta libre de obstáculos que franquear. Lugar  elegido para el obligado asueto y reposición gastronómica. Pero antes, sin ánimo de ser exhaustivo (y mucho menos erudito), no me resisto a trazar algunas pinceladas descriptivas del enclave donde nos hallamos, que, no por desconocidas, resultan menos refrescantes, aunque solo sea para rendir tributo de admiración  a un paraje único, no solo de nuestra provincia, sino a nivel mundial, que se extiende al sur de la sierra de Cabrejas y que conocemos como el Sabinar de Calatañazor.

La sabina se caracteriza por su capacidad para sobrevivir en zonas de dureza climatológica, con fuertes contrastes entre las temperaturas de noche y de día, heladas contundentes  y veranos calurosos. El secreto de su reproducción masiva está en haber reducido al máximo la evaporación de todos sus órganos, en la medida que sus hojas no están preparadas para captar la luz solar, sino que por su morfología y composición,  hojas aciculares (hojas finas, largas, puntiagudas, no hirientes) con escamas, están recubiertas por una cutícula (capa externa cerosa para hacer frente a la desecación), que les protege de las heladas y calores extremos, “vestimenta” apropiada para reducir al mínimo los impactos de la temperatura y las sequías. Además, los suelos sobre los que crece  suelen ser los más duros y pedregosos, sustratos calizos sin apenas cobertura orgánica, lo que ha obligado a la sabina a desarrollar un sistema de raíces potente y capaz de alargarse hasta donde sea necesario para encontrar agua y nutrientes. Y este el hábitat que caracteriza nuestro privilegiado reducto provincial: un paisaje  ayuno de vida en el subsuelo, donde un árbol prehistórico ha implantado sus reales, desafiando el suelo donde se asienta, los rigores climáticos, la falta de agua y cuantos elementos adversos serían incapaces de soportar otras especies arbóreas. Y ahí han florecido las sabinas, no solamente como una  reliquia que tuviera  fecha de caducidad inmediata, sino que encontramos ejemplares  de 200 y 400 años de edad, con envergaduras de hasta 20 metros de alto y 8 de diámetro. Y lo que le hace único en el mundo: su densidad. Lo habitual es encontrarnos sabinares con unas cantidades entre 15 y 30 sabinas por hectárea. En este, tenemos cifras que oscilan entre las 150 y 200 sabinas por hectárea. Este es el hábitat maravilloso que nos permite proclamar que tenemos el mejor y más resistente de los montes arbóreos que conoce la botánica por la fortaleza de sus “ocupantes”.

Y aquí, en el corazón de este milagroso vergel que protagoniza la sabina, descargamos las mochilas para reponer energías y comentar las anécdotas del día.  A falta de equipamientos camperos, como mesas o bancos que faciliten el descanso o la función gastronómica, Jesús Ángel y yo aprovechamos el saliente de un tronco que se estira a ras de suelo, antes de adquirir la verticalidad de sus ramas, para acomodarnos y  dar cuenta de las viandas hasta entonces inéditas. Otros, han optado por situarse sobre el mismo suelo  en  lugares soleados para tener un ambiente más cálido. En todo caso y en cualquier corrillo que se forma, la bota no falta, los conguitos de Alicia tampoco y el café humeante que sale, tanto del  termo de Elisabel, como el de Alicia, se prodigan con generosidad.

Cumplido el rito del obligado descanso y meritorio tentempié, reanudamos la marcha por el interior del parque. Lo primero y más cercano que se nos presenta es un refugio de reciente construcción (o así `parece), que sorprende por su austeridad interior, ya que no está dotado de cocina o mesas y bancos para un cómodo descanso del visitante. Ni siquiera se cierra con puerta y solamente un rústico y apropiado vallado de madera (suponemos que de sabina), frente a la apertura de entrada, impide el acceso  de animales. Podemos pensar que está concebido para proteger al caminante de los imprevistos climatológicos… y poco más.

Alicia y yo nos hemos quedado regazados, tomando fotos de una curiosa sabina que parece mostrar un tronco pentadimensional, que en realidad son cinco gruesas  ramificaciones del mismo  que se yerguen altivas y hieráticas  desde el mismo origen del tronco matriz en busca de un horizonte más soleado. Y cuando nos alejamos, Alicia se da cuenta que no lleva los bastones. Miramos por los alrededores. Y nada. Otra opción es que los haya dejado olvidados  donde hemos hecho el descanso, a escasos metros de allí. Vuelve hasta el lugar y tampoco. Una nueva ojeada por las proximidades del lugar fotografiado y..¡eureka!, allí están los bastones en el suelo. Nos sorprendemos de la escasa capacidad para el hallazgo inmediato…con la esperanza de mejorar en el futuro nuestra agudeza visual.

Hemos tomado el camino de regreso y dejamos atrás, solo parcialmente,  el núcleo que conforma este sabinar. Cruzamos el puente del arroyo de Majallana, mientras observamos en la cercanía una dehesa vallada, donde pasta apaciblemente un rebaño de vacas.

Ahora el camino es ascendente, hasta llegar al paraje de Valdepascual, donde podemos contemplar desde un cómodo mirador la sierra de Cabrejas de este a oeste, así como la descripción detallada de la riqueza faunística que puebla esta sierra, principalmente  la fauna de pluma. Destacan rapaces como el águila real, el buitre o el alimoche. No hay que olvidar que no muy lejos de aquí estas especies encuentran su hábitat natural en las elevadas paredes rocosas que flanquean el Cañón del Río Lobos, o en las vertiginosas cortantes macizas de la Fuentona.

Seguimos subiendo por la cómoda ruta que nos devolverá a nuestro punto de origen, y en el camino encontramos tramos pavimentados de hormigón en los trechos más pendientes, para dar  solidez al suelo, toda vez que hemos visto algún vehículo todo terreno circular por aquí.  Además,  esta subida, o parte de ella, coincide con la cañada real  soriana occidental. Y después de un ascenso, viene el descenso que se prolongará hasta el final de la ruta. En el camino, tengo ocasión de conversar un buen rato con Elisabel, que me relata de forma pormenorizada cómo ha sido su tenaz proceso de recuperación, tras una larga ausencia entre nosotros.

A poco más de 1 km. de la llegada, atravesamos las hoces del río Milano, que acerca sus aguas hasta Aldehuela, y en las proximidades observamos restos de majadas de la cabaña ganadera que en su tiempo fue.

Estamos llegando al pueblo y a la entrada del mismo un par de detalles nos llaman la atención. En primer lugar, podemos ver una  finca particular, dotada de pozo artesano para sacar agua, un pequeño parque infantil y un más que curioso y jocoso poste donde se han  colocado unas tablas que marcan la dirección y distancias a ciudades como Buenos Aires, Caracas, La Habana, Tallín… Humor no le falta a su original diseñador. Y un poco más adelante, las ramas de un fecundo frutal cargado de membrillos asoman a la vía pública desde la finca particular que lo sustenta, escapando a la privacidad de su propietario. No podemos contener la tentación de tomar algún ejemplar, no tanto para satisfacer nuestro paladar cuanto para utilizarlo como ambientador natural de nuestros vehículos, finalidad muy común con este tipo de fruto. De haber tenido ocasión, hubiéramos  solicitado autorización a su dueño, y estamos seguros que éste hubiera aceptado de buen grado nuestra piadosa sustracción, hecha con la mejor y más inofensiva intención.

La breve visita al pueblo nos muestra la típica arquitectura tradicional de nuestras zonas rurales: casas construidas en piedra sin argamasa hasta dos tercios de su alzado en aquellas que no han sido restauradas. Otras, están levantadas en piedra de mampostería en todo su paramento vertical, coronadas algunas con la típica chimenea de campana, que tanta utilidad doméstica proporcionaba a las viviendas para los más variados usos y tareas.

Y así, con el olor y la imagen de la  sabina en nuestros sentidos, despedimos Aldehuela de Calatañazor. La siguiente parada será en la vecina estación hostelera de la Venta Nueva, donde apuramos la cerveza o el vinito que sirve de pretexto para compartir y departir momentos y sensaciones de la ruta. Hemos visualizado uno de los tesoros ecológicos y medioambientales que se expande por nuestra geografía. La próxima será el recorrido por otro tesoro de nuestro hábitat provincial, no menos impactante que el de hoy. Pero dejemos que el tiempo nos acerque a estas sensaciones.

 

Agnelo Yubero  

 

 

 

 

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