POR LA MONTAÑA PALENTINA

                   

 

 

                                                                                               Soria, 22 junio, 2022

 

Ponemos broche de oro a esta temporada senderista. Y lo hacemos a lo grande, allende nuestro terruño: nos vamos a conocer la montaña palentina. Y aunque no es la primera incursión que hacemos por estas tierras castellanas, sí es la visita y admiración de nuevos paisajes con encanto que tienen un significado especial por los fenómenos naturales que conoceremos.

Hay una larga distancia hasta nuestro destino, casi 280 Km. Así que no queda otro remedio que abandonar pronto nuestras confortables sábanas, porque a las 6,00 h. nos espera el autobús para trasladarnos hacia nuestro objetivo.

Y a esa hora, puntuales como es nuestra práctica, estamos todos en la parada del bus, todavía bajo el manto de oscuridad de la noche.

Acomodados en los asientos, algunos intentan prolongar el sueño robado a la noche, mientras otros, en animada charla, comentan los aspectos más habituales de una jornada senderista: distancia, tiempo de viaje, climatología prevista, etc.

Son las 6,05 y nuestro conductor, Isma, enfila por la Avda. de Valladolid para tomar la carretera de Burgos que nos adentrará en esta provincia, cuando las primeras luces del alba empiezan a asomar por la ventanilla del autobús.

Todavía hay quienes duermen plácidamente, mientras otros contemplan el paso de los pueblos de la provincia burgalesa que vamos dejando atrás.

Y ya en las inmediaciones de Burgos, nos dirigimos por la carretera de circunvalación que, inicialmente, marca dirección Santander, para enseguida tomar la señal a Palencia.

Han transcurrido casi dos horas y media de viaje y es momento de realizar la necesaria parada que conforta nuestras necesidades gastronómicas y alivia nuestra vejiga. Y lo hacemos poco antes de llegar a Aguilar de Campoo, en el mismo lugar que paramos cuando visitamos, allá por el mes de diciembre 2021, otro emblemático lugar de la montaña palentina. Me refiero al Espacio Natural de Covalagua y Cueva de los Franceses, que tan grato recuerdo nos dejó.

Nos hemos tomado 15 minutos para el descanso obligado y retomamos viaje, ya más confortados por los estímulos que produce el humeante café y la consiguiente liberación del exceso de líquidos renales.

Apenas 10 Km. de reanudada nuestra ruta, avistamos ya Aguilar de Campoo y en las inmediaciones de la localidad su industria estrella, la fábrica de galletas, que últimamente ha pasado por algunos problemas económicos, lo que motiva algún comentario entre el grupo.

Seguimos avanzando por tierras palentinas y pronto llegamos a Cervera de Pisuerga, en el corazón de la montaña palentina, punto estratégico para adentrarse en este antiguo y sorprendente país de naturaleza virgen, con arte y con historia.

Ahora la carretera se hace más estrecha, lo que justifica la elección del autobús de dimensiones más reducidas a los que hemos utilizado en otras salidas. Circulamos por carretera de montaña y la comodidad de rodar por autovía tendrá que esperar hasta el regreso.

Dejamos atrás   el embalse de Requejeda, próximo a la pedanía de Vañes, mientras entre curvas y algún que otro bache, nuestro conductor nos acerca hasta el final del trayecto: Santa María de Redondo. Es una pequeña localidad pedánea de La Pernía, ubicada en pleno corazón del Parque Natural de la montaña palentina. Atravesamos este pequeño municipio y muy de pasada podemos observar algunas de sus casas blasonadas a lo largo de sus calles, que hablan de un pasado donde habitó la nobleza y hasta el origen de algún personaje de sangre azul. Y un poco más adelante tenemos ya el punto final de nuestro viaje y comienzo de la ruta. Es un modesto, pero bien cuidado, aparcamiento para vehículos, debidamente protegido por un pequeño muro para evitar la entrada del ganado, así como, con esta misma intención, presenta la curiosidad de que la entrada al mismo se hace a través de un paso canadiense.

Ponemos pie en tierra y comienza el ritual de todo principio de ruta: estiramiento de bastones, ajuste del calzado y comprobación de que todo está en orden en las mochilas. Y en este caso, con una precaución añadida: nos advirtió Ángel, nuestra sherpa, que podía llover algo por la mañana, siendo recomendable tener dispuesto en un lugar de fácil acceso a la mochila el chubasquero o la capa impermeable que nos proteja de esta inclemencia en caso de que se presente.

Iniciamos la ruta junto al emplazamiento de un diáfano indicador que marca el camino hacia La Fuente del Cobre, así llamado este trayecto, dentro del más amplio paraje conocido como Fuentes Carrionas, al norte de la montaña palentina.

Transitamos, al principio, por una amplia senda de color renegrido, señal inequívoca de la actividad minera que tiempo atrás se llevó a cabo por estas tierras. Hoy no queda huella de estas explotaciones, pero lo que sí permanece es la frondosidad y variada flora de un valle, el valle Redondo, en el que pastan a sus anchas ganado vacuno y equino.

Enseguida de comenzar el camino se pasa un primer puente sobre el Pisuerga, para continuar con él por el costado izquierdo. Algo más arriba, un paso canadiense pone límite a los derroteros del ganado que, como hemos indicado, pasta con libertad por este valle.

El siguiente kilómetro y medio, hasta alcanzar un nuevo pontón de madera, discurre un Pisuerga, todavía niño, encajonado en el fondo del valle. Tras volver a la orilla derecha del río, la ascensión prosigue por una pista forestal, mientras se deja a la derecha un camino que da entrada a un prado.

Por un valle cada vez más estrecho, en el que destaca la frondosa vegetación, se alcanza una próxima bifurcación en la que toca desviarse por el ramal izquierdo para acometer los primeros repechos importantes. Es el momento de adentrarse en el denso y añejo robledal que tapiza las laderas del monte y estimula a salvar con alegría las cuestas del camino.

Después de uno de estos repechos, en el interior de un bosquete, aparece el desvío hacia la derecha que aparta de la pista forestal para conducir el ascenso por una estrecha vereda en la que se aprecian las labores de desbroce. Caminamos junto a densas manchas de acebo que, en algún tramo del camino han formado un pequeño y acogedor sextil, que nos recuerda otros lugares más frondosos de este árbol en nuestra provincia. Y mientras vamos absortos en la contemplación de esta especie de bosque animado, las nubes han hecho su aparición y comienzan las primeras gotas que, en principio, no representan una seria amenaza; no obstante, nuestras protecciones pluviales ya han salido de las mochilas para la necesaria protección. Solo serán un aviso y enseguida nos afanamos por librarnos de ellas…. por poco tiempo.

El camino se hace asequible, y, aunque vamos ascendiendo, la sensación de subida apenas desequilibra nuestro ánimo y, mucho menos, nuestra resistencia. Y ahora sí, ahora la lluvia arrecia con más fuerza y de nuevo desenfundamos chubasqueros y ponchos impermeables que cubren la ropa y las mochilas de todo buen senderista. Por algún lugar de nuestro caminar oímos los relinchos de una manada de caballos, que parece no les gusta nuestra presencia por sus dominios y emprenden carrera hacia otro punto del escarpado que cruzamos.

Poco a poco el sol va desplazando las lluviosas nubes y la mañana se hace más diáfana, a la vez que vamos teniendo más cercana la cueva-objeto de nuestro desplazamiento hasta este rincón palentino.

Comenzamos nuestra andadura a una altitud de 1200 metros y nos hallamos ahora a casi 1600 metros. Y sobre esta altitud, al doblar una curva de la trocha por la que transitamos, tenemos ante nuestra vista la entrada a la cavidad que pronto vamos a admirar.

Hasta este rincón mágico, que asemeja un enorme ojo de cíclope abierto en mitad de las paredes rocosas de las faldas del pico Valdecebollas, hemos llegado para conocer el nacimiento del Pisuerga, río que baña parte de nuestra comunidad (Palencia, Burgos y Valladolid), y tras un recorrido de 282 Km., entrega sus aguas al Duero, en las proximidades de los campos cerealistas de Tordesillas.

No todos los ríos tienen la suerte de nacer en una catedral. El Pisuerga, sí. Porque a eso se parece exactamente la enorme sala subterránea que el río deja atrás, justo antes de salir a la luz cegadora de la montaña palentina. La Cueva del Cobre, como se conoce a este búnker natural (un laberinto de túneles por los que circulan las frías aguas del Pisuerga) constituye uno de los rincones más sugestivos del norte de la provincia de Palencia. En realidad, se trata de un embudo que recoge las aguas de los arroyos que nacen un poco más arriba y que vienen a filtrarse en la tierra para aparecer unos 2 Km. después por el interior de la cueva. Es el caso del Pisuerga, puesto que, a juicio de geógrafos y analistas del terreno, su verdadero origen está un par de Km. arriba, en las laderas del Valdecebollas, por lo que, más que su nacimiento, estamos ante la primera surgencia del río. Sea como fuere, ningún río puede presumir de semejante catedral para su bautizo. La cueva forma parte de la cordillera cantábrica y tiene una extensión de 10 Km. (no todos visitables) y presenta bóvedas que van desde 1,2 m de altitud hasta los 20 m.

Cuando llego al interior de la misma, una pareja de senderistas aparece a cierta distancia, linterna en mano, tras realizar un corto recorrido por la parte más oscura de la cavidad. Les pregunto si hay mucho trecho interior visitable. Me dicen que no es excesivo y me ofrecen amablemente su linterna para que me adentre en estos rincones. Acepto su ofrecimiento y me dirijo hacia el interior más oscuro. A mis pies fluye, casi sigilosamente, el Pisuerga que, por momentos, va formando un arroyo cada vez más ancho, limpio y cristalino, que me obliga a vadearlo en algunos puntos ante la carencia de suelo seco (mis chirucas impermeables me evitan males mayores). Llego hasta la profundidad de la cueva que es visitable y al regreso veo que otro grupo de compañeros, guiados por Ricardo, se han encaramado en lo alto de una de las galerías superiores que ofrece la cueva, desde la que se obtiene otra vista de esta caverna esculpida por la mano maestra de la naturaleza.

Y puesto que nos encontramos en un lugar privilegiado, qué mejor oportunidad para admirar más tranquilamente los claroscuros que nos rodean, mientras desenfundamos las mochilas para hacer el consiguiente acopio de energías con las deseadas y merecidas viandas. Buscamos acomodo entre las numerosas piedras salientes que presenta la cueva para calmar nuestro apetito, y con la mirada recorremos los mágicos rincones que ofrece este lugar.

Dejamos atrás la enorme gruta, origen del río que algunos hemos chapoteado en nuestro paseo por su interior, mientras a la salida nos encontramos con grupos de turistas, de la más variada procedencia y edad, que tampoco quieren perderse este espectáculo natural.

El regreso lo hacemos volviendo unos pocos metros por la senda que hemos traído hasta un pequeño claro por el que pasamos antes de llegar, ascendiendo hacia el collado del Cobre, que corta la ladera de la montaña. Este itinerario alternativo nos brinda la oportunidad de disfrutar unas magníficas vistas, tanto de las montañas que nos rodean, como del valle que hemos traído. Y dirigiendo la mirada hacia las montañas que divisamos en el horizonte, en dirección noroeste, podemos admirar el eslabonamiento que presentan los picos montañosos de Santander con la montaña palentina, de forma que la sucesión de alturas de una y otra parte, conforman una espectacular vista de la cordillera cantábrica en todo su esplendor.

Nos separan algo menos de 6 Km. de nuestro punto de partida y el descenso se hace ameno y distendido. La amenaza de lluvia ha desaparecido y el camino amable de la bajada eleva el ánimo y la satisfacción de un nuevo lugar conocido. Tras un tramo por este collado, pronto entramos de nuevo en el recorrido de la subida, y ahora la bajada, sombreada y profusa de vegetación, nos ofrece a cada paso la inconmensurable estampa de robles centenarios que jalonan este trayecto, como los que ya conocimos en nuestra no muy lejana visita por tierras de El Royo. Un roble centenario, entero o hendido muchas veces por el rayo y maltrecha su corpulencia arbórea, siempre es un símbolo de la resistencia y el apego a la vida, frente al paso del tiempo o las adversidades que todo organismo encuentra en su devenir. Y esa fortaleza de la especie es lo que produce más admiración.” Fuerte como un roble”, es la expresión coloquial que mejor define la longevidad del árbol-roble.

Vamos consumiendo kilómetros y pronto nos encontramos en el lugar donde dejamos el autobús, punto final de la ruta senderista. Y allí mismo, recostados sobre el muro del aparcamiento o sentados en los llanos de su alrededor, agotamos las viandas preparadas para la comida del mediodía, mientras la bota recorre los corrillos que se han formado para hacer más transitable el bocadillo por el tracto esofágico.  Como todos los recesos para comer, el momento es propicio para comentarios, valoraciones, expresiones de sentimientos, emociones, etc. que la jornada nos ha dejado.

¿Pero realmente hemos acabado la ruta? La ruta senderista, sí; pero nuestros sherpas han preparado otra ruta cultural, aprovechando el paso por algunos pueblos de esta comarca que conservan joyas del románico, como es habitual en otros rincones de la geografía palentina.

Y ya en el autobús, nos encaminamos al primero de estos pueblos, San Salvador de Cantamuda. El testimonio del románico lo encontramos en la antigua Colegiata de San Salvador, hoy Iglesia Parroquial. Data del siglo XII y lo más fotogénico es su fachada occidental, con una bella espadaña del románico español, su elemento más emblemático, con dos tramos de altura que poseen doble hueco de campanas. No podemos visitar su interior por encontrarse la Iglesia cerrada.

La siguiente parada será en Perazancas de Ojeda, pedanía de Cervera de Pisuerga. Su edificio románico es la Iglesia Parroquial de la Asunción, un buen ejemplo del románico norteño y que posiblemente formó parte de un monasterio benedictino que existió en el lugar. Como en el caso anterior, también data su construcción del siglo XII y se cree que en el mismo intervinieron maestros canteros que esculpieron capiteles en Aguilar de Campoo y San Andrés del Arroyo. Exteriormente, y de época plenamente románica, se conserva además de la portada, el ábside. La portada es un destacable trabajo románico, con figuras de músicos adornando la arquivolta central y columnas de capiteles con distintas historias bíblicas.

Por último, el tercer pueblo que merece nuestra visita es Moarves de Ojeda. Su Iglesia Parroquial, San Juan Bautista, fue declarada monumento histórico artístico en 1931. Como en los templos anteriormente citados, una primera fase de construcción data de finales del siglo XII, que se correspondería con su soberbia fachada meridional, verdadera seña de identidad de la Iglesia, compuesta por una portada que se configura mediante cinco arquivoltas de medio punto, decoradas con motivos ajedrezados, y coronada por las tallas de un espléndido apostolado, análogo al de la Iglesia de Santiago de Carrión de los Condes.

Naturaleza pura y arte excelso, han sido los ingredientes de esta inolvidable jornada por tierras palentinas. Ahora ya solo nos queda consumir los kilómetros que nos separan de Soria. Y desde este último municipio, ponemos rumbo a nuestro destino.

Algo más de dos horas y medio de viaje y nos encontramos en el punto que tomamos la salida. Excelente colofón a una temporada senderista. Nos despedimos hasta el próximo mes de septiembre para reanudar nuestra actividad, con nuevos bríos, nuevas rutas, nuevas ilusiones, nuevos proyectos y, en definitiva, nuevas formas de hacer camino al andar. ¡Feliz verano, querid@s amig@s!

 

Agnelo Yubero

 

 

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